El dolor por la pérdida de algún ser querido no es muy diferente a la alegría por encontrarse dos pesos en el banco de una plaza. Somos nosotros quienes llenamos de sentido a las circunstancias. Damos el valor a las cosas, a las vidas. Y de ahí en mas clasificamos, lo bueno y lo malo, lo que nos gusta y lo que no, aquello por lo que vamos a sonreír, por lo que vamos a llorar como cocodrilos.
Hace un año me abandonó Joaquín. Se fué todavía no me explico las razones. Me beso en la mejilla derecha, pronunció algunas palabras que se me hace imposible recordar en este momento y se fué.
Laura, mi amiga, dice que es lo mejor. Ella lo clasificó así, entonces ella no sufre por el abandono. Traté de imitarla, pero mi cabeza ya había valorado la presencia de Joaquín como indispensable para seguir viva.
Pensé que iba a volver a buscar sus cosas, no se, su cepillo de dientes o su cardigan gris. Pensé mal.
A veces, cuando la tristeza llega a transformarse en desesperación patética saco todas sus ropas, las lavo y las plancho. Porque él había clasificado como exquisito el olor al jabón para lavar. Me gustaba planchar las prendas un rato antes de que se las pusiera. El sonreía al olerlas. La sonrisa de Joaquín era maravillosa. Quizás si llega y siente ese olor a limpio se quede para siempre. Quizás ese olor le diga a su cabeza que se quede conmigo.